Había una vez una niña llamada Zoé Renata. Tenía cinco años y era inteligente, maravillosa y hermosa. Desde muy pequeña, soñaba con descubrir cosas nuevas y ayudar a los demás.
Una noche, mientras miraba el cielo desde su ventana, vio una estrella que parpadeaba más fuerte que las demás. Parecía llamarla. Intrigada, cerró los ojos y pidió un deseo:
—Quisiera encontrar mi propia luz para brillar como esa estrella.
De repente, la habitación se llenó de un suave resplandor, y frente a ella apareció un pajarito dorado.
—Zoé Renata, la estrella ha escuchado tu deseo —dijo el pajarito con voz dulce—. La luz que buscas ya está dentro de ti, solo debes descubrir cómo usarla.
La niña se quedó pensativa. Al día siguiente, en la escuela, vio a un compañero que estaba triste porque no podía resolver un problema. Zoé Renata le sonrió y le explicó cómo hacerlo. En ese momento, sintió un calorcito en su corazón.
Otro día, ayudó a su mamá a recoger los juguetes sin que nadie se lo pidiera, y cuando vio su sonrisa de agradecimiento, sintió la misma calidez.
Poco a poco, Zoé Renata descubrió que su luz brillaba cada vez que ayudaba, aprendía algo nuevo o compartía su alegría. Comprendió que no necesitaba buscar su luz en el cielo, porque siempre había estado dentro de ella.
Esa noche, miró de nuevo la estrella y le susurró:
—Gracias por ayudarme a ver que soy capaz de grandes cosas.
Sus papás, que la querían con todo su corazón, la abrazaron orgullosos, porque sabían que Zoé Renata siempre brillaría con su propia luz.
