Skip to content

Más allá del fuego y del viento

Más allá del fuego y del viento

El cuento de Más allá del fuego y del viento

Vela siempre había sido un alma silenciosa, con ojos tan oscuros como la tinta de una noche sin luna. Caminaba con los hombros rectos pero el corazón encorvado, como si llevara el peso de palabras que nunca decía. Tenía 16 años y cursaba el penúltimo año de secundaria en un colegio estricto, donde las reglas estaban más vivas que los propios estudiantes.

Ali, en cambio, era como una tormenta de verano: impredecible, brillante, y con un brillo natural en la mirada. A sus 17 años, era la voz que se alzaba en clase, la risa que llenaba los pasillos y el tipo de persona que hacía que todos los lugares parecieran menos grises.

No podían ser más distintas. Pero como muchas historias importantes, esta comenzó con una casualidad.

Todo empezó en una sala de estudio de la biblioteca, cuando Ali, por error, se sentó frente a Vela creyendo que era su amiga. Vela la miró con expresión neutra, pero no dijo nada. Ali, al darse cuenta de su error, soltó una risa nerviosa.

—Oops… te confundí con alguien más. Pero ya estoy aquí, ¿te molesta si me quedo?

Vela negó con la cabeza. No sabía por qué, pero algo en la presencia de Ali la hacía sentir menos invisible. A partir de ese día, comenzaron a coincidir más seguido. Al principio, era Ali la que buscaba a Vela. Después, sin que se dieran cuenta, Vela comenzó a buscar a Ali.

Pasaron semanas. Meses. La amistad creció como una enredadera bajo el sol: silenciosa, pero imposible de ignorar.

Una tarde, en el parque detrás del colegio, Ali tomó la mano de Vela. Fue un gesto suave, casi imperceptible. Nadie más lo notó, pero a Vela le pareció que el mundo entero se había detenido. Se miraron sin decir palabra, y en ese silencio se dijeron más que en todos los mensajes que se habían escrito.

—¿Tú también…? —preguntó Ali en voz baja.

Vela no respondió con palabras. Solo asintió, con los ojos humedecidos y el pecho ardiendo.

Desde ese momento, supieron que su amistad se había convertido en algo más profundo. No fue inmediato ni perfecto. Les llevó tiempo entender lo que sentían, y aún más tiempo aceptarlo. Porque sabían que el mundo allá afuera no estaba listo para ellas.

Sus familias lo descubrieron poco después, como suele ocurrir con los secretos que laten muy fuerte. Y no lo tomaron bien.

—Eso no es normal —gritó la madre de Ali una noche.

—Dios no hizo al mundo para eso —decía el padre de Vela, furioso.

Las palabras dolían. Las miradas, aún más. De pronto, los hogares dejaron de ser refugio y se convirtieron en prisiones. Pero lo peor no fue eso: fue la sensación de traicionar a las personas que amaban solo por amar a quien no debían, según los demás.

Pensaron en rendirse. Lo pensaron muchas veces. Pero una vez, en la azotea del edificio donde Ali vivía, ella dijo algo que cambió todo:

—Si vamos a arder, que sea juntas.

Y Vela sonrió por primera vez en días.

Durante el último año de secundaria, hicieron un plan. Estudiarían con todo su esfuerzo. Conseguirían becas. Ahorrarían cada moneda, cada centavo. Sabían que si querían un futuro juntas, tendrían que construirlo con sus propias manos.

Lo lograron. Contra todo pronóstico, ambas fueron aceptadas en una universidad de arte y comunicación en Canadá. Cuando recibieron las cartas de aceptación, lloraron abrazadas en el mismo parque donde Ali le había tomado la mano por primera vez.

Sus padres no fueron a despedirlas. No hubo abrazos ni bendiciones. Solo silencio. Pero también hubo algo más: libertad.

El primer día en el nuevo país, llovía. Pero no importaba. Caminaron bajo la lluvia tomadas de la mano, sin miedo a ser vistas, sin temor a las palabras de los otros.

Vela miró a Ali y le dijo:

—¿Te imaginas si nunca te hubieras sentado en aquella mesa por error?

Ali rió.

—No fue un error. Fue el universo haciéndome un favor.

Y entonces, se besaron.

Y siguieron adelante.

Con estudios, con trabajo, con frío, con nostalgia. Pero juntas.

No todo fue fácil, pero por primera vez, lo difícil tenía sentido. Porque habían elegido su propio camino. Y aunque el mundo no las entendiera, ellas sí se entendían.

Y eso bastaba.

FIN

¿Te ha gustado el cuento? ¡Dínoslo!

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Puntuación media: 5. Votos totales: 1.

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este cuento.

Descarga el cuento de «Más allá del fuego y del viento» en PDF

Vuelve a leer el cuento de Más allá del fuego y del viento

Buscar