Skip to content

El armadillo que quería volar

El armadillo que quería volar

El cuento de El armadillo que quería volar

Había una vez, en un bosque cálido y lleno de colores, un armadillo llamado Timo. Era curioso, inquieto y algo testarudo. Pero tenía un sueño que no se le quitaba de la cabeza…

—¡Yo quiero volar! —decía todos los días mientras miraba a los pájaros en el cielo azul de la sabana.

Los demás animales se le quedaban viendo, sorprendidos.

—Pero, Timo, ¡los armadillos no vuelan! —le decía la tortuga Manchitas, que vivía cerca del río Magdalena.

—¡No me importa! Si los pájaros pueden, ¡yo también podré! —respondía con una sonrisa cabezota.

Durante muchos días, Timo intentó todo lo que se le ocurría para lograr volar.

Primero, se pegó hojas grandes de bijao en su caparazón y en las patitas con miel que encontró en una colmena escondida. Corría y gritaba:

—¡Ahora sí vuelo! ¡Mírame, Manchitas! ¡Soy el armadillo-colibrí!

Pero solo se le pegaron unas hormigas en la panza, y acabó metido en un charco.

—Tal vez necesito alas de verdad… —pensó.

Luego construyó unas alas con ramitas de guayacán y plumas que encontró en el suelo, amarradas con lianas secas. Se subió a una piedra alta, respiró profundo y…

—¡A volaaaaaaaaar!

¡Pum! Cayó de espaldas sobre un montón de hojas secas.

—¡No me dolió! —gritó riendo, rodando como una canica gigante.

Después, intentó hacer un globo con taparas secas y tela vieja de una hamaca rota, y lo llenó de aire caliente con la ayuda del castor inventor, don Juancho.

—¡Esta vez sí funciona!

Pero el globo hizo “¡pff!” y salió volando como un sapo resbaloso.

También trató de correr rapidísimo para tomar impulso, saltando desde un pequeño cerro. Cada vez acababa enredado, rodando cuesta abajo como una piedra redonda… ¡pero nunca dejaba de reír!

—¡Ya van como veinte caídas! —le gritaba el mico Chucho desde la rama de un árbol.

—¡Sí! Pero cada vez caigo un poquito más lejos —contestaba Timo, sacudiéndose el polvo del caparazón.

Un día, llegó volando a la zona una lechuza sabia y viejita: la Señora Olaya. Todos los animales del bosque escuchaban con atención cuando ella hablaba.

—¿Qué haces, Timo? —le preguntó con voz suave.

—Estoy intentando volar, pero todavía no lo consigo —dijo el armadillo, con un poco de tristeza.

La Señora Olaya lo miró con ternura y le dijo:

—Tal vez no puedas volar como un pájaro… pero puedes hacer cosas que ellos nunca podrán. Tú puedes excavar túneles, protegerte con tu armadura, descubrir tesoros bajo tierra, ayudar a los demás… Y si miras con el corazón, verás que volar también puede ser soñar, aprender, crecer y ser tú mismo.

Timo se quedó pensativo. Miró el cielo, luego sus patas fuertes, su caparazón brillante, y a sus amigos.

—¿Sabes qué? Tienes razón —dijo al fin—. ¡No necesito alas para volar!

Desde ese día, dejó de intentar volar… pero nunca dejó de soñar.

Y así, Timo se convirtió en un armadillo muy especial: el que enseñaba a soñar a todos los animalitos del bosque tropical.

FIN

¿Te ha gustado el cuento? ¡Dínoslo!

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Puntuación media: 5. Votos totales: 2.

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este cuento.

Descarga el cuento de «El armadillo que quería volar» en PDF

Vuelve a leer el cuento de El armadillo que quería volar

Buscar