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El colibrí y la flor

El colibrí y la flor

Hace mucho, mucho tiempo, en un bosque al pie de las montañas de los Andes, vivían animales de todo tipo. Este bosque era un lugar mágico, lleno de colores, sonidos y vida. En el centro del bosque crecía una flor muy especial. Era una flor dorada, con pétalos que parecían estar hechos de luz del sol. Cuando el viento soplaba suavemente, su aroma se esparcía por todas partes, cautivando a cualquier animal que pasara cerca. Pero, a pesar de su belleza, la flor dorada se sentía sola. No confiaba en nadie porque temía que, si daba demasiado de su néctar, perdería su fuerza y se marchitaría.

Una mañana, cuando el sol empezaba a calentar las hojas del bosque, un pequeño colibrí volaba de flor en flor buscando néctar. Era rápido y juguetón, y su plumaje brillaba con colores verdes y azules como piedras preciosas. Cuando vio la flor dorada, quedó asombrado.

—¡Nunca he visto una flor tan hermosa! —pensó—. Seguro que tu néctar es tan dulce como tu aroma.

El colibrí voló rápidamente hacia ella y trató de beber su néctar, pero en ese momento, la flor cerró sus pétalos con fuerza.

—¿Qué haces? —exclamó el colibrí, sorprendido—. ¿Por qué me cierras el paso?

—Lo siento, pequeño colibrí —dijo la flor con una voz suave pero triste—. No puedo darte mi néctar. Si doy demasiado, me debilitaré y moriré.

El colibrí la miró con ojos grandes y comprensivos.
—No quiero hacerte daño —dijo—. Pero, si me lo permites, puedo ayudarte. No solo quiero beber tu néctar, también quiero cuidarte para que no te pase nada.

La flor, acostumbrada a desconfiar, se sorprendió por las palabras del colibrí.
—¿Ayudarme? ¿Cómo podrías hacerlo tú, que eres tan pequeño?

—Mis colores ahuyentan a los insectos que pueden dañarte, y mis alas pueden llevar tu polen a otras flores para que el bosque sea aún más hermoso —respondió el colibrí con seguridad.

La flor pensó por unos momentos y, con timidez, abrió sus pétalos dorados. El colibrí se acercó con mucho cuidado y bebió una pequeña gota de su néctar. Al hacerlo, sonrió y dijo:
—¡Es el néctar más dulce que he probado nunca! Gracias, flor. Prometo protegerte y volver cada día.

Desde ese día, el colibrí visitaba la flor cada mañana. Espantaba insectos, mantenía limpios sus pétalos y llevaba el polen a otras flores del bosque. Poco a poco, nuevas flores doradas comenzaron a crecer por todas partes, haciendo que el bosque se convirtiera en un lugar aún más mágico y lleno de vida.

Con el tiempo, la flor hizo un gran descubrimiento: cuanto más néctar daba, más fuerte se hacía. Su tallo se volvió más robusto, sus pétalos más brillantes y su aroma aún más dulce. Un día, le dijo al colibrí:
—He aprendido que compartir no me debilita, sino que me hace más fuerte. Gracias por enseñarme esta lección.

El colibrí, sonriendo, respondió:
—Y yo he aprendido que cuidar lo que amamos nos hace más felices. Siempre estaré aquí para ayudarte.

El bosque se convirtió en un lugar lleno de vida y colores gracias a la amistad entre el colibrí y la flor dorada. Los demás animales y plantas se dieron cuenta de la importancia de cuidarse mutuamente y de compartir sus recursos.

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