Había una vez una clase muy alegre y llena de vida: la clase de los deportistas. Eran niños y niñas de seis años que amaban el movimiento, los juegos y, sobre todo, pasarlo bien juntos. Sus nombres eran Lucas, Unai, Lauti, Iria, Lia, Núria, Gazel, Axel y Nico. Cada día compartían risas y aventuras, pero lo que más los unía era la pasión por los deportes.
Una mañana soleada, la maestra les anunció:
—Hoy haremos una gran jornada de deportes en el patio de la escuela. Será un día para correr, saltar, jugar y aprender. Pero recordad: lo más importante no es ganar, sino respetar, ayudar y divertirse juntos.
Los ojos de los niños se encendieron de emoción y enseguida corrieron hacia el patio. El primer deporte que eligieron fue el fútbol. Lucas y Unai se pusieron de porteros, y Lauti, con una sonrisa traviesa, empezó a correr con el balón en los pies. Todos reían mientras intentaban quitárselo. De repente, chutó con fuerza y… ¡gol!
—¡Buena jugada, Lauti! —gritó Iria, aplaudiendo.
Unai, a pesar de haber recibido el gol, sonrió y dijo:
—¡Está bien! Lo que importa es que el partido sea emocionante.
Los niños aprendieron que incluso cuando te marcan un gol, puedes sentir alegría si valoras el esfuerzo del otro.
Después organizaron una carrera de relevos. Lia y Núria explicaron las reglas con paciencia: cada equipo debía correr y pasar el testigo sin dejarlo caer. Cuando la carrera empezó, todos corrían con el corazón latiendo fuerte. Pero en un momento, Gazel resbaló y cayó al suelo. El silencio duró solo un instante. Axel, que corría detrás, no dudó: lo ayudó a levantarse y le preguntó:
—¿Estás bien, amigo?
Gazel sonrió, con un poco de polvo en la ropa pero los ojos brillantes:
—Sí, gracias. ¡Eres un buen compañero!
Todos aplaudieron, y Nico exclamó con entusiasmo:
—¡Esto sí que es juego limpio!
Más tarde, jugaron al baloncesto. Iria cogió la pelota, corrió hacia la canasta y… ¡falló! Por un momento, parecía triste. Pero sus compañeros gritaron:
—¡No pasa nada, Iria! ¡Vuelve a intentarlo!
Aquellas palabras le dieron fuerza. Respiró hondo, botó la pelota y lanzó de nuevo. Esta vez… ¡encestó!
—¿Lo veis? —dijo Núria, ilusionada—. ¡Cuando te ayudan y te animan, todo parece posible!
Para terminar la jornada, hicieron unos juegos cooperativos: saltar a la comba todos juntos, hacer equilibrios en un circuito e incluso bailar como si fueran un solo equipo. Las risas se extendían por el patio y los maestros que los observaban sonreían al ver tanta unión.
El sol empezaba a ponerse cuando todos se sentaron en el suelo, cansados pero felices. Tenían las mejillas rojas, el pelo despeinado y los corazones llenos de satisfacción.
—Hemos jugado al fútbol, hemos corrido, hemos encestado y hemos colaborado… —dijo Lucas.
—Pero lo mejor de todo ha sido que nadie se ha quedado solo y todos hemos sido importantes —añadió Lia.
La maestra los miró con orgullo y concluyó:
—Este es el verdadero espíritu del deporte: amistad, respeto y alegría compartida.
Esa noche, cuando se fueron a dormir, todos los niños y niñas de la clase de los deportistas soñaron con nuevos partidos, carreras y juegos. Pero, sobre todo, soñaron con seguir juntos, cuidándose y animándose cada día.
Y así aprendieron que la mejor victoria es tener un gran corazón.