En un soleado barrio de San Juan, vivía Mar, una niña de diez años con un sueño enorme: ¡quería tener su propia pizzería! Pero no una pizzería cualquiera. Mar soñaba con un lugar donde se hicieran pizzas con formas increíbles: estrellas, corazones, coquís y hasta ¡flamboyanes en flor!
Desde chiquita, Mar ya inventaba recetas en la cocina de su abuela. Le encantaba mezclar ingredientes como plátano maduro, queso de hoja y hasta un toque de ají dulce, creando sabores únicos. Pero lo más especial era cómo les daba vida: sus pizzas parecían obras de arte. Y es que Mar, con su risa contagiosa y su energía boricua, hacía que todos en el barrio quisieran ayudarla.
Un día, con el apoyo de sus amigos de la escuela y su familia, Mar decidió hacer realidad su sueño. Trabajaron sin parar y abrieron «Pizzería Isla», un local lleno de colores vibrantes, música de plena y, claro está, ¡pizzas que parecían salidas de un cuento!
Pronto, el lugar se hizo famoso en todo Puerto Rico. Gente de Ponce, Mayagüez y hasta de Vieques venían a probar sus creaciones: pizzas en forma de sol taíno, «pizzacones» (¡pizza con forma de mofongo!), y hasta una «pizza playera» con bordes de queso que imitaban las olas del Caribe. Los niños se volvían locos eligiendo qué forma querían, mientras los adultos disfrutaban de un buen café junto a sus creaciones.
Pero más que un negocio, era un lugar con alma. Mar siempre decía: «El secreto no está solo en los ingredientes, sino en sazonarlas con alegría y compartirlas en buena compañía».
Con los años, Pizzería Isla se convirtió en una parada obligada en San Juan. Y lo más bonito: Mar había logrado su sueño gracias a su creatividad, su sazón boricua y ese chin de terquedad que la hacía brillar.
Así, Mar aprendió que en Puerto Rico, cuando un sueño se mezcla con pasión y una pizca de ritmo, ¡hasta las pizzas pueden volar!
¡Wepa!