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El pez de los deseos

Cuento de El pez de los deseos

Hace muchos, muchos años, en un pequeño pueblo junto al mar, vivía un viejo pescador con su mujer. Eran muy pobres y solo tenían una vieja cabaña de madera y un pequeño barco con el que el pescador salía cada día a pescar para ganarse la vida.

Una mañana, como cualquier otra, el pescador tomó su red y salió al mar. Lanzó la red una vez, pero no atrapó nada. La lanzó una segunda vez, pero tampoco. A la tercera, sintió que la red pesaba mucho. ¡Estaba emocionado! Pero cuando la sacó, en lugar de peces normales, encontró un pez con escamas brillantes como el oro.

Para sorpresa del pescador, ¡el pez habló!
—Por favor, viejo pescador, devuélveme al mar. Si lo haces, te concederé un deseo.

El pescador, desconcertado, pero bondadoso, pensó por un momento. No necesitaba mucho para vivir, así que dejó al pez volver al mar.
—Vuelve a nadar, pequeño amigo. No necesito nada. Solo quiero que seas libre.

El pez, agradecido, desapareció entre las olas, dejando un rastro de luz en el agua.

Cuando el pescador regresó a casa y contó lo ocurrido a su mujer, ella se enfadó mucho.
—¿Cómo has podido dejar ir a un pez mágico sin pedirle nada? —exclamó indignada—. ¡Deberías haberle pedido una casa nueva! Esta cabaña se cae a pedazos.

Aunque el pescador no estaba convencido, decidió volver al mar. Se acercó a la orilla y llamó:
—¡Oh, pez mágico! Si todavía estás ahí, vuelve, por favor.

El agua se agitó y el pez mágico apareció.
—¿Qué necesitas, viejo pescador? —preguntó el pez con su voz suave.

—Mi mujer querría una casa nueva…

—Está bien —dijo el pez—. Vuelve a casa. Ya está hecho.

Cuando el pescador regresó, se encontró con una bonita casa de piedra. Sin embargo, su mujer no estaba del todo contenta. Con el tiempo, empezó a pedir más cosas.

Primero, quiso riquezas. Después, quiso ser reina. Y finalmente, quiso ser emperatriz de todas las tierras. Cada vez, el pescador volvía al mar y llamaba al pez mágico, que siempre cumplía los deseos.

Pero la mujer del pescador nunca estaba satisfecha. Un día, decidió que quería ser la dueña del sol y la luna. Cuando el pescador transmitió este último deseo al pez mágico, el cielo se oscureció, las olas se levantaron y el pez respondió con tristeza:
—Vuelve a casa, pescador. Todo volverá a ser como antes.

Cuando el pescador regresó, encontró su vieja cabaña, igual que siempre. Él y su mujer habían perdido todo lo que habían deseado por culpa de la avaricia.

Hace muchos, muchos años, en un pequeño pueblo junto al mar, vivía un viejo pescador con su mujer. Eran muy pobres y solo tenían una vieja cabaña de madera y un pequeño barco con el que el pescador salía cada día a pescar para ganarse la vida.

Una mañana, como cualquier otra, el pescador tomó su red y salió al mar. Lanzó la red una vez, pero no atrapó nada. La lanzó una segunda vez, pero tampoco. A la tercera, sintió que la red pesaba mucho. ¡Estaba emocionado! Pero cuando la sacó, en lugar de peces normales, encontró un pez con escamas brillantes como el oro.

Para sorpresa del pescador, ¡el pez habló!
—Por favor, viejo pescador, devuélveme al mar. Si lo haces, te concederé un deseo.

El pescador, desconcertado, pero bondadoso, pensó por un momento. No necesitaba mucho para vivir, así que dejó al pez volver al mar.
—Vuelve a nadar, pequeño amigo. No necesito nada. Solo quiero que seas libre.

El pez, agradecido, desapareció entre las olas, dejando un rastro de luz en el agua.

Cuando el pescador regresó a casa y contó lo ocurrido a su mujer, ella se enfadó mucho.
—¿Cómo has podido dejar ir a un pez mágico sin pedirle nada? —exclamó indignada—. ¡Deberías haberle pedido una casa nueva! Esta cabaña se cae a pedazos.

Aunque el pescador no estaba convencido, decidió volver al mar. Se acercó a la orilla y llamó:
—¡Oh, pez mágico! Si todavía estás ahí, vuelve, por favor.

El agua se agitó y el pez mágico apareció.
—¿Qué necesitas, viejo pescador? —preguntó el pez con su voz suave.

—Mi mujer querría una casa nueva…

—Está bien —dijo el pez—. Vuelve a casa. Ya está hecho.

Cuando el pescador regresó, se encontró con una bonita casa de piedra. Sin embargo, su mujer no estaba del todo contenta. Con el tiempo, empezó a pedir más cosas.

Primero, quiso riquezas. Después, quiso ser reina. Y finalmente, quiso ser emperatriz de todas las tierras. Cada vez, el pescador volvía al mar y llamaba al pez mágico, que siempre cumplía los deseos.

Pero la mujer del pescador nunca estaba satisfecha. Un día, decidió que quería ser la dueña del sol y la luna. Cuando el pescador transmitió este último deseo al pez mágico, el cielo se oscureció, las olas se levantaron y el pez respondió con tristeza:
—Vuelve a casa, pescador. Todo volverá a ser como antes.

Cuando el pescador regresó, encontró su vieja cabaña, igual que siempre. Él y su mujer habían perdido todo lo que habían deseado por culpa de la avaricia.

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