Cuento de Navidad alemán
Érase una vez, en una bonita ciudad cubierta de nieve, una niña llamada Clara. Era la noche de Navidad y en su casa se celebraba una gran fiesta con música, mucha gente y un enorme árbol de Navidad lleno de luces y adornos.
Su tío Drosselmeyer, un hombre misterioso y mágico, le regaló un juguete muy especial: un cascanueces con forma de soldado. Era un soldadito fuerte y elegante, con una gran sonrisa y un uniforme de colores brillantes. Clara quedó encantada y decidió que sería su nuevo tesoro.
Esa noche, después de que todos se marcharan y la casa quedara tranquila, Clara puso al cascanueces junto al árbol y se fue a dormir. Pero, a medianoche, ocurrió algo increíble: ¡el árbol de Navidad empezó a crecer! Se hacía más y más grande, hasta que parecía alcanzar el techo. Y, de repente, todos los juguetes que había bajo el árbol empezaron a moverse como por arte de magia.
El cascanueces, que ahora era del tamaño de un niño, cobró vida.
—¡Clara, Clara! ¡Necesito tu ayuda! —dijo.
Clara abrió los ojos con sorpresa.
—¿Qué pasa? —preguntó.
El cascanueces le explicó que el malvado Rey de los Ratones planeaba robar todos los juguetes y la magia de la Navidad.
De pronto, apareció el Rey de los Ratones con sus siete coronas en la cabeza y un ejército de enormes ratones detrás de él. Pero el cascanueces no se asustó. Agarró una espada y, con la ayuda de Clara y un ejército de soldados de juguete, luchó valientemente contra los ratones. Clara, muy decidida, le lanzó un zapato al Rey de los Ratones, lo que lo hizo caer de espaldas y huir corriendo con su ejército.
Cuando todo terminó, el cascanueces se giró hacia Clara y le sonrió.
—¡Has salvado la Navidad! —le dijo.
En ese momento, ocurrió algo aún más mágico: ¡el cascanueces se transformó en un príncipe de verdad! Tomó la mano de Clara y le dijo:
—¡Ahora ven conmigo a mi reino!
Juntos subieron a un trineo hecho de caramelos y volaron hasta el Reino de los Dulces, un lugar lleno de castillos de azúcar, flores de chocolate y lagos de gelatina. Allí, Clara conoció a la Reina de los Dulces, quien ofreció un gran espectáculo de danzas en honor a su valentía.
Finalmente, cuando la fiesta terminó, Clara se quedó profundamente dormida. A la mañana siguiente, se despertó en su casa, bajo el árbol de Navidad, con el cascanueces en sus manos. Se preguntó si todo había sido un sueño… pero al mirar al soldadito, le pareció que sonreía más que nunca.